Todos hemos oído hablar del  bullying y es un tema que como educadores o padres nos preocupa. Pero, ¿sabemos qué podemos hacer para hacerle frente?, ¿cómo podemos ayudar a los niños que están involucrados en esta situación?

En la actualidad, aproximadamente uno de cada dos escolares presencia casi de forma diaria episodios de violencia en el contexto escolar. Si bien es cierto que no debemos de confundir ciertos «roces» con otros niños  o determinados conflictos normales con «acoso», tampoco podemos pasar por alto distintas situaciones que sí resultan problemáticas y que pueden tener consecuencias realmente negativas para todos los implicados en ellas.

El bullying o «maltrato entre iguales» es un conjunto de comportamientos físicos y/o verbales que un menos o grupo de ellos ejerce, de forma hostil y abusando de un poder real o ficticio, dirigido contra un compañero o compañera de forma repetitiva y duradera con la intención de causarle daño.

Para que dicho comportamiento pueda ser definido como «maltrato» es necesario que aparezca:

  1. Desequilibrio de poder entre víctima y agresor: no hay equilibrio en cuanto a las posibilidades de defensa, ni equilibrio físico, social o psicológico.
  2. Periodicidad y persistencia de la situación a lo largo del tiempo.
  3. Intencionalidad y carácter proactivo de la agresión: el objetivo es conseguir ciertas beneficios a nivel social, material o personal, sin que exista una provocación previa.
  4. Pretensión de hacer daño.

Conviene conocer, además, que el bullying puede adoptar distintas formas:

  • Físico: cuando las conductas agresivas van dirigidas contra el cuerpo (pegar, empujar, etc.) o contra la propiedad (robar, romper, ensuciar, esconder objetos, etc.).
  • Verbal: cuando se producen conductas verbales negativas (insultos, motes, hablar mal de la persona, etc.).
  • Social: se emplean conductas a través de las cuales se aísla al niño del grupo (no se le deja participar en alguna actividad, se le aísla, margina, ignora, etc.).
  • Psicológico: se producen formas de acoso que corroen la autoestima, crean inseguridad y miedo (se ríen del niño, lo desvalorizan, le humillan, le acechan creándole sentimientos de indefensión y temor, etc.).

En muchas ocasiones, la situación de acoso es difícilmente detectada por los adultos que rodean al niño. Un primer paso para su identificación, dentro del contexto escolar, es a través de la observación de determinadas señales que pueden ayudar a los profesores a identificar a los alumnos víctima:

Indicadores en Educación Primaria:

  • Es objeto de risas por parte de los demás.
  • Es repetidamente llamado por motes, ridiculizado, intimidado, degradado, dominado, etc.
  • Sufre agresiones físicas a las que no puede hacer frente de forma adecuada.
  • Presenta arañazos y otras muestras evidentes de lesión física.
  • Se involucra en peleas donde se encuentra indefenso.
  • Dispone de material con aspecto de deterioro provocado y «pierde» constantemente sus pertenencias.

Indicadores en Educación Secundaria:

  • Le cuesta hablar en clase y muestra signos de inseguridad.
  • Permanece con frecuencia solo y excluido del grupo.
  • Es de los peores en los juegos o trabajos y actividades de grupo.
  • Su interés por el trabajo escolar se ve disminuido gradualmente.
  • Presenta apatía, tristeza o nerviosismo y despistes frecuentes.

Otros comportamientos o emociones que nos pueden alertar son:

  • Manifiesta miedo a la entrada o salida de clase.
  • Falta a clase con frecuencia.
  • No está integrado o es rechazado por sus compañeros por su aspecto físico.
  • En ocasiones, muestra conductas agresivas sin motivo aparente.
  • Descuida el material escolar.
  • Muestra miedos o fobias sin explicación aparente.
  • Presenta conductas regresivas referidas al control de esfínteres, alimentación, sueño, etc.
  • Parece triste, ensimismado o aislado.
  • Presenta cambios frecuentes y bruscos en su estado de ánimo.

Una vez se detectan algunos de estos indicadores o por otros motivos tenemos sospechas de que el niño/a sufra un posible acoso, el paso siguiente debe ser, en primer lugar, consultar con un profesional especializado (el orientador del centro, por ejemplo) para valorar la existencia real de la situación de acoso y que nos asesore sobre cómo proceder, pues no hacerlo adecuadamente puede suponer que la situación se «enquiste» o incluso que empeore, con las gravísimas consecuencias que supone para el menor.

Luna Villuendas                                                                                                                                 Psicóloga Infanto-juvenil